Las huellas dactilares son parte de la fisiología humana. Siempre se ha enseñado la historia de la dactiloscopía como un proceso evolutivo donde grandes científicos aportaron sus conocimientos e iniciaron su aplicación, nunca se menciona el duro sacrificio que enfrentaron aquellos hombres de ciencia, luchando contra sus opositores, incrédulos y envidiosos, que ponían en duda sus conocimientos.
Las marcas de las manos se hallaron en cavernas prehistóricas como las de Altamira (Cantabria, España), de Gavrinis (Isla inglesa) y la de Aurignac (Alto Garona, Francia). Se encontraron huellas dactilares en diversos recipientes y utensilios de barro y arcilla en culturas tan antiguas como la Egipcia, la Romana, Oriental y Precolombina y en documentos chinos donde se estampaba uno o dos dedos como garante del compromiso adquirido.
La identificación fue el factor que motivó al hombre para crear métodos que los identificara frente a los demás, pinturas corporales, vestimentas y accesorios que diferenciaran las colectividades, pero reconocer de forma individual a las personas era esencialmente facial. Surgen los nombres como un medio de individualización, que aún en la edad media no existían. Se agregaba la ciudad o el nombre de los padres: Jesús de Nazareth, hijo de José y María. Los delincuentes motivaron la necesidad de identificar al ser humano, se los marcaba con hierros candentes, inserciones con parafina hirviendo y los tatuajes. Los daguerrotipos o primeras imágenes fotográficas sobre una lámina metálica, en 1839 parecían ser la solución del problema de la identificación, siendo luego una importantísima herramienta complementaria de la identificación.
El sistema antropométrico francés de Alfonso Bertillón en 1882 fue una solución. En esa época y de manera independiente los científicos Purkinje, Herschel, Faulds y Galton, reabrían las investigaciones hechas por Malpighi en 1665 sobre huellas dactilares. Bertillón criticó duramente la dactiloscopía, sembrando la duda sobre la unicidad de los patrones dactilares. Francis Galton, convencido de la verdad de sus investigaciones, defendió científicamente la identificación de las huellas dactilares y buscó que fuera aceptado oficialmente en Reino Unido, publicó un artículo en la revista francesa Nature en 1891 y posteriormente su libro Fingerprint.
Dactiloscopía
Certeza o Incertidumbre
Samuel Alfonso Delgado Caballero
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